El Jardín Romántico

A través de Inma Peinado he conocido que Sampedro, en su discurso de ingreso en la RAE, acabó con esta leyenda japonesa:

"En un antiguo monasterio el monje jardinero llevaba varias semanas preocupado. Había anunciado su visita el abad de otro cenobio cuyo jardín era reputadísimo, e importaba no desmerecer ante sus ojos. Para eso el monje venía perfeccionando el pequeño microcosmos de su jardín, repasando las ondas de arena finísima que representaban el océano, tallando el boj delimitador, aclarando el musgo y los líquenes que envejecían la roca central, símbolo de la montaña sustentadora del cielo. La víspera de la anunciada visita su propio abad acudió a felicitarle, pero el monje se sentía inquieto ante su jardín: algo faltaba. De pronto tuvo una inspiración. Se acerco al cerezo que descollaba entre los arbustos y sacudiéndolo con cuidado logró desprender de una rama la primera hoja del otoño. La hoja osciló despacio en su caída y se convirtió en una mancha amarillenta sobre el verdor impoluto del césped. El monje sonrió: el jardín perfecto quedaba completado con la imperfección. Ahora si representaba el cosmos."

Soy un apasionado de los castillos franceses del Valle del Loira, que se caracterizan por su suntuosidad, su lujo, sus comodidades, y muy por sobre todo, por sus gigantescos ventanales rectangulares en vertical por los que entra la luz, que los atraviesa de un lado a otro. A diferencia de los castillos medievales son para vivir, no fortalezas con aspecto de bunker; carecen por tanto de almenas, troneras y similares por lo general, sólo tienen fosos y es para embellecerlos y poder pescar y pasear en barca; y además son de tiffou, un tipo de piedra caliza y blanca muy blanda que se corta con sierras de las de madera para la elaboración de sillares (claro, por eso levantaron tantos). Con la uña puedes dejar tu nombre escrito en sus paredes. No faltan las visitas a las cocinas con todo su menaje, a las bodegas, las caballerizas, capillas, bibliotecas, y cómo no: la posibilidad de encontrarse con sus habitantes, porque de Tours hacia Angers muchos de
ellos son particulares y están habitados.

Pero hay un detalle que para mí lo estropea todo en sus enderredores: el llamado "jardín a la francesa", que literalmente me hace pensar en una tarde soleada de domingo en la que suena "Carrusel Deportivo" por la radio. Odio el domingo, odio el sol, y odio el fútbol.

Los jardines a la francesa son así:


Ese en concreto es del Châtau de Villandry, que he visitado; y pretende explicar los cuatro tipos de amor que según el arquitecto existen. Quien quiera puede documentarse al respecto con esos datos. En esos jardines no existen el musgo ni los líquenes, que tanto me gustan y que no me parece algo que haya que limpiar, sino en efecto como dicen en el cuento copiado y el Himno de Japón, que admirar.

Me gustan mucho, en cambio, los jardines románticos, en los que en esencia se deja que la naturaleza crezca libremente y de preferencia son frondosos, abruptos, por supuesto e inexorablemente caducifolios, misteriosos, y en ellos reina el caos más absoluto, que los convierte en bellos y radiantes en general, y en otoño muy en particular al volverse rojas, ocre y amarillas las hojas de sus árboles.

El Tiergarten en el centro de Berlín es un buen ejemplo:




Claro que el romanticismo tiene entre sus características la fascinación por cosas como los amores imposibles o rotos, y los cuentos de misterio y terror ambientados en montes tenebrosos y cementerios, los dos ejes que vertebran la obra del padre del romanticismo escrito en lengua española: Bécquer, en sus rimas por una parte, y leyendas por la otra.

Una de las razones por las que no me gusta visitar el parque Güell de Gaudí es porque el arquitecto catalán dijo que las llamadas "malas hierbas" son las buenas y bellas, y que hay que dejar a enredaderas y demás vegetación natural crecer libremente pues su obra está diseñada a imitación de ellas para que se fundan en armonía, cosa que no cuesta constatar visitando el monumento en cuestión. Su deseo no se cumplió y en ese lugar hay redondelicos de flores amarillas y de otros colores, cuidadosamente ordenadas y rodeadas por setos que se recortan con periodicidad y precisión.

A ver si cae una buena granizada en la ola polar que se supone que llega hoy y se lleva ese despropósito de horterada vegetal y queda el parque como su autor lo quería.