Avec Koke
El diecisiete ha sido siempre mi número favorito, y hoy, dieciocho de febrero, hace diecisiete años que estoy con Koke, esa fecha amaneció para mí.
Es probable que de entre la fauna que visita los blogs, lee y escribe en ellos, expone sus vivencias a la pública curiosidad, o husmea en las de otras personas, Koke y yo seamos la pareja que más tiempo lleva unida, o de las que más, al menos de entre los diocesanos que por aquí deambulan y que yo conozca.
El dieciocho de febrero de mil novecientos ochenta y nueve hacía algo más de medio año que conocía a Koke, pero ese día dejaron de procesar igual mis funciones cognoscitivas, dejé de ser el mismo, dejó de interesarme todo lo que siempre me había interesado y que no eran pocas cosas. Salvo Koke. Empecé a vivir para ella. Inicié un noviazgo -sólo unilateral el primer par de meses, que hay que decirlo todo- que se convirtió al llegar la primavera en una relación plenamente biunívoca.
Desde el verano del ochenta y ocho del pasado siglo pasé medio año enamorado de ella, pensando que era imposible que algún día la tuviese, Koke me parecía inalcanzable, me limitaba a soñar una vida a su lado. Pero tras el dieciocho de febrero, y tras el primer beso, y cuando ya éramos novios (each other, quiero decir, no sólo yo de ella), seguía flotando por mi en derredor un aura de incredulidad, de irrealidad. Lo que me ocurría entonces era diferente: sencillamente no podía creerme que estaba con ella.
Parecía atenuarse todo lo que los sentidos me ofrecían y que no procediese de ella, notaba al caminar que entre el suelo y yo faltaba algo, percibía al mirar que un halo translúcido lo nublaba todo, miraba absorto los amaneceres tras largas noches en vela cuando no la tenía cerca, porque todos los amaneceres se llaman como ella, y porque aquella primavera del ochenta y nueve yo no vivía en este mundo.
A veces, leyendo el cuento "El jardín del Montarto", he creído evocar aquellas sensaciones, visitas furtivas a otros universos que están en este.
Y le olía el pelito, y le acariciaba las manitas y su carita blanca, y le escribía cartitas cursis hasta el paroxismo con mi pluma –la M 149 que cito cuatro entradas más abajo-, y ella esperaba a que yo llegase, y cada vez yo dudaba si ella iba a estar, y me preguntaba cuánto iba a tardar en cansarse de mí.
Lo cierto es que, multimillonario como soy... en defectos, y atesorando un exiguo puñado de virtudes, sorprendentemente me sigue aguantando (bué, y yo a ella XDDD), y espero que así sea, como dice el Salmo veintitrés, "hasta el último día de mi vida".
Sobre lo que Koke me hace sentir no me tomo la molestia de perderme en devaneos, eso ya lo han hecho muchos poetas, y, si alguna conclusión he sacado de leerlos es que, si se puede explicar, no es amor.
Escrito en la noche clara del dieciocho de febrero de dos mil seis, diecisiete años después, escrito al Alba, con tiempo fuerte o flojo, de levante o de poniente, en cualquier circunstancia, porque antes de la aurora sólo hay oscuridad.
Fer
PS. He querido hacer un homenaje a todas las personas que no recuerdan bien a veces el nombre de Koke y lo alteran ligeramente, las variaciones son siempre hermosas y divertidas.