Hasta setenta veces siete



Tú que juzgas a tu prójimo, acércate al confesionario y dime de qué te acusas... te escucho.


Lumen

El noble y digno ejercicio de una canonjía.


Tras varios meses sabáticos posteriores a mi regreso de Bruselas, donde he ejercido una canonjía en la Representación Permanente de España ante el Consejo Atlántico (Embajada de España ante la OTAN, pa' breviar), desarrollo ahora tareas de corte parejo en la hermosa ciudad de Barcelona, que es, tras París, el lugar más hermoso de cuantos conozco.

Hago acto de presencia pues durante unas horas en un bonito despacho con una mesa muy grande y aparente, a diez minutos de mi casa en metro o quince caminando, y ejerzo responsabilidades y actividades varias -hasta las catorce horas del mediodía- que oscilan desde la ingesta de cafeses con su chorrito de orujo en el bar, visitas al barbero -que es un maestro-, paseos por la web desde mi computadora, y algún que otro trabajo burocraticoadministrativo de mayor o menor relevancia o complejidad según el caso. Las más de las veces relacionados con el Ayuntamiento, la Generalitat y otras instancias que piden las cosas más insospechadas.

Espero estar mucho tiempo en esta ciudad, porque a Koke le gusta mucho, y porque su barrio de l'Eixample es uno de los lugares más placenteros que existen para vivir y pasear. Pero es probable que en un par de años vuelva a algún país extranjero a ejercer otros cometidos asaz canónjicos, ya sea en el ámbito de la diplomacia, como en Bruselas, o en algún Cuartel General internacional, o, acaso, en un lugar que me gusta mucho: la escuela de Inteligencia la OTAN en Oberammergau, al Sur de Baviera.

El caso es que los más de cuatro años que pasé en Bruselas, y pese a que durante aquel tiempo mis inquietudes se centraban en organizar y protagonizar viajes, excursiones, cenas, juergas y demás desvaríos, no debí hacer mal mi trabajo, pues mi ex jefe, el embajador Benavides, me envió tras mi partida una hermosa cédula por la que me concedía, ahí es nada, la Real Orden del Mérito Civil, a la que ahora me honro en pertenecer, y que hasta puedo lucir de militroncho, tal como me autoriza el BOD número quince de este año (pag. 893 para los viciosos).

Es simpática la parrafada escrita a mano por el Embajador - Secretario de la Orden (de barrocos apellidos), la recargada prosa en que el documento está redactado, la firma de Nuestra Majestad, pero, lo más divertido de todo, es la firma de puño y letra de Moratinos. Reconozco que no es un ministro que me entusiasme, y va el pobre y me da una distinción de tan alto rango... si no fuera porque él no sabe que yo existo me conmovería.

Fer

Amanecer

Avec Koke

El diecisiete ha sido siempre mi número favorito, y hoy, dieciocho de febrero, hace diecisiete años que estoy con Koke, esa fecha amaneció para mí.

Es probable que de entre la fauna que visita los blogs, lee y escribe en ellos, expone sus vivencias a la pública curiosidad, o husmea en las de otras personas, Koke y yo seamos la pareja que más tiempo lleva unida, o de las que más, al menos de entre los diocesanos que por aquí deambulan y que yo conozca.

El dieciocho de febrero de mil novecientos ochenta y nueve hacía algo más de medio año que conocía a Koke, pero ese día dejaron de procesar igual mis funciones cognoscitivas, dejé de ser el mismo, dejó de interesarme todo lo que siempre me había interesado y que no eran pocas cosas. Salvo Koke. Empecé a vivir para ella. Inicié un noviazgo -sólo unilateral el primer par de meses, que hay que decirlo todo- que se convirtió al llegar la primavera en una relación plenamente biunívoca.

Desde el verano del ochenta y ocho del pasado siglo pasé medio año enamorado de ella, pensando que era imposible que algún día la tuviese, Koke me parecía inalcanzable, me limitaba a soñar una vida a su lado. Pero tras el dieciocho de febrero, y tras el primer beso, y cuando ya éramos novios (each other, quiero decir, no sólo yo de ella), seguía flotando por mi en derredor un aura de incredulidad, de irrealidad. Lo que me ocurría entonces era diferente: sencillamente no podía creerme que estaba con ella.

Parecía atenuarse todo lo que los sentidos me ofrecían y que no procediese de ella, notaba al caminar que entre el suelo y yo faltaba algo, percibía al mirar que un halo translúcido lo nublaba todo, miraba absorto los amaneceres tras largas noches en vela cuando no la tenía cerca, porque todos los amaneceres se llaman como ella, y porque aquella primavera del ochenta y nueve yo no vivía en este mundo.

A veces, leyendo el cuento "El jardín del Montarto", he creído evocar aquellas sensaciones, visitas furtivas a otros universos que están en este.

Y le olía el pelito, y le acariciaba las manitas y su carita blanca, y le escribía cartitas cursis hasta el paroxismo con mi pluma –la M 149 que cito cuatro entradas más abajo-, y ella esperaba a que yo llegase, y cada vez yo dudaba si ella iba a estar, y me preguntaba cuánto iba a tardar en cansarse de mí.

Lo cierto es que, multimillonario como soy... en defectos, y atesorando un exiguo puñado de virtudes, sorprendentemente me sigue aguantando (bué, y yo a ella XDDD), y espero que así sea, como dice el Salmo veintitrés, "hasta el último día de mi vida".

Sobre lo que Koke me hace sentir no me tomo la molestia de perderme en devaneos, eso ya lo han hecho muchos poetas, y, si alguna conclusión he sacado de leerlos es que, si se puede explicar, no es amor.

Escrito en la noche clara del dieciocho de febrero de dos mil seis, diecisiete años después, escrito al Alba, con tiempo fuerte o flojo, de levante o de poniente, en cualquier circunstancia, porque antes de la aurora sólo hay oscuridad.

Fer

PS. He querido hacer un homenaje a todas las personas que no recuerdan bien a veces el nombre de Koke y lo alteran ligeramente, las variaciones son siempre hermosas y divertidas.

Eshma y Belma

De mayo a noviembre de 1999 estuve en Croacia, Bosnia-Herzegovina y otros lugares de los Balcanes formando parte de un equipo de cinco personas, un "CIMIC", cuyas funciones eran, bajo la cobertura de la OSCE en infraestructuras, y de la OTAN para la protección, ayudar a reinstalar a los refugiados y desplazados de guerra, y colaborar en la reconstrucción de las instalaciones en las que las personas que regresaban a sus casas, debastadas por la guerra, tenían que tratar de reiniciar sus vidas, sólo que, ahora, de una forma muy diferente a como todo era cuando se fueron.

La intérprete, Sabina, musulmana no practicante, era pieza clave en nuestro trato con las autoridades locales y con las gentes a las que íbamos a visitar en las "opstinas" (lo que aquí llamamos concejos, o barrios), ya que mi equipo mediaba entre las ONG,s, los ayuntamientos, ayudas privadas, FAS,s de diversos países que contribuían con sus medios a reconstruir infraestructuras, etc...

En la foto de esta entrada estoy repartiendo juguetes a las niñas del colegio de Nevesinje, una pequeña ciudad serbia de la Bosnia central en la que coordinamos muchos trabajos de reconstrucción, un lugar en el que el tiempo parece que se detuvo hace varias décadas a tenor del aspecto que todo ofrece.

No siempre eran tan gratas las imágenes, pues, pese al tiempo transcurrido desde que la guerra se detuvo (porque no terminó, sino que se detuvo), las fachadas en los pueblos y ciudades siguen ametralladas, y, en ocasiones, al llegar a una casa a la que la familia había regresado, no sólo había problemas de falta de agua, de que las autoridades croatas no diesen educación a niños serbios (es un ejemplo que vale para los tres bandos), o que todo estuviese desmantelado. Lo más impactante es que primero regresaban ancianos y perros, muchos perros, que pasaban varios meses pisoteando el terreno, y sólo cuando estaban seguros de que no quedaban minas, regresaban los niños y los jóvenes -los que estaban vivos tras la guerra-.

En un campo de refugiados conocí a una chica de treinta años llamada Shamira, bosnia musulmana, cuyo marido había muerto en la guerra. Su único patrimonio eran los juguetes de sus dos hijas (Eshma, de un año, y Belma, de dos años y medio), el cuarto de nueve metros cuadrados que la opstina le dejaba, y un "Sagrado Corán" escrito en árabe, lengua que desconocía por completo. También tenía una foto de su marido.

Para quien no lo sepa, y al respecto de las edades de las niñas, la guerra en que murió su marido se detuvo cinco años antes de que naciese la mayor, Belma, a la que, por cierto, era necesario operar al año siguiente de irme yo en Sarajevo, de una malformación cardíaca grave. Una de las misiones más delicadas de las visitas a aquel campo de refugiados era intimidar a los hombres para que no forzasen a las mujeres en general, y a Shamira en particular, a prostituirse.

Otro dia colgaré alguna foto de alguna de las dos niñas, hoy no me apetece.




En en un cole serbio


Fer

El Duque de Alba

Koke en Gante


Alba, hace un par de años, con la torre del Carillón de Gante detrás, su reloj suena muy lindo al dar las horas.

Es más o menos conocido que el Duque de Alba se hizo tristemente famoso entre los flamencos (u holandeses, pero en particular los belgas de habla neerlandesa) por lo cruel que fue la época en que, aquella antigua provincia española, estuvo sometida por los Tercios de Flandes, al mando del noble susodicho.


Se suele decir que en Bélgica no se amenaza a los niños que no duermen o no comen con el “Coco”, sino con el Duque de Alba, y existe un bar llamado “Le Roy d’Espagne” en la Grand Place de Bruselas -probablemente la plaza más bella del mundo*-, de cuyo techo cuelgan nuestros antiguos soldados.


Brujas y Gante son dos ciudades particularmente pintorescas, mucho más hermosas que la capital federal, y Gante, además, está a escasa media hora de Bxl, por lo que Koke y yo solíamos ir –hasta hace unos meses hemos vivido en Flandes- con frecuencia. En Gante hay menos turistas y más tranquilidad, peeeeero, hablan mal el francés, pues son flamencos, y, en cierta ocasión, el consuno de una serie de factores trajo como consecuencia una divertida anécdota:


Koke reservó mesa en un bonito restorán de la ciudad (cuna de Carlos Quinto), típicamente decorado, que por un lado da a una calle medieval y por el otro a uno de los canales. Al telefonear, mi churri no dijo su apellido, “Andreu”, porque la “e” y la “u” son jodidas de pronunciar en francés y, en particular, si te manejas con flamencos con su tradicional antipatía hacia la lengua de Molière, así que reservó la mesa a nombre de “Alba”, de sencillo deletreo (y además es que Koke se llama Alba).


Al entrar aquella tarde con nuestros amigos en el local, nuestras voces y aspecto español indignaron a quienes allí nos recibieron, que nos indicaron que la broma no tenia ninguna gracia, que no les parecía tolerable que unos españoles hubiesen reservado una mesa a nombre de “Alba”, que eso era como ser alemán y reservar mesa en Tel-Aviv a nombre de “Hitler”.


Para solucionar la situación y desfacer el entuerto, Koke mostró su carnet de identidad (el carnet belga) en el que podía verse que, en efecto, mi mujer se llama de nombre como el duque de tan nefanda memoria entre los flamencos.


La reacción fue aún peor, el camarero se echó las manos a la cabeza y exclamó en neerlandés: “¡En España ponen 'Alba' de nombre a las niñas!”.


Pero en fin, al cabo de poco todo quedó resuelto, y desapareció cualquier atisbo de sospecha de mala fe tras una amigable charla. Supongo que era un lugar, o un sujeto, particularmente sensible, o tal vez demasiado apegado a los estereotipos, o acaso un hombre falto de cariño, que, como sabemos, es la falta de cariño lo que llena los bares.


* La Grande Place (o Grote Markt) de Bruselas, cuando una vez al año forman una alfombra con flores:




El ayuntamiento más bonito y la obra civil gótica más alta del mundo:



El factor oscilante en la inteligencia emocional

Con frecuencia se hace referencia a lo que se viene en denominar "inteligencia emocional", siendo así que no existe, a diferencia del CI para la inteligencia (genéricamente hablando) sin más, un baremo para medir dicha característica, sino libros a espuertas y opiniones a miríadas sobre esa peculiaridad que se atribuye a los humanos, y que se tiende a disociar claramente del coeficiente intelectual, para cuyo cálculo sí existen métodos más o menos eficientes y objetivos.

Pero lo que más podría llamarnos la atención es un detalle clave que parece pasarnos por alto cada vez que abordamos el asunto de la "inteligencia emocional", y es el hecho de que, como tal –emocional-, ha de estar necesariamente supeditada a oscilaciones, de modo y forma que no siempre tendremos la misma -en cantidad o coeficiente si, llegado el caso, se pudiere medir-, ni su esencia será igual. Pues son muchas las emociones que nos sacuden a diario en el devenir de nuestro tránsito por este valle de lágrimas que es la vida. O por este paraíso de placer, gozo y desenfreno, según el caso.

Una amiga me dijo en cierta ocasión que, bajo su punto de vista, esa particularidad no se refiere tanto al control de los estímulos, sentimientos, emociones... cuanto a la capacidad y habilidad de discernir de qué tipo es cada uno de ellos, esto es, no tanto que seamos dueños de nuestra emotividad, sino capaces de discernir qué cosa estamos sintiendo y en qué grado.

De igual forma que la madre siente un amor hacia su hijo que es distinto del que siente hacia su hermano, de igual modo que, ante una misma situación que nos perjudica en el orden que sea, sentimos mayor o menor indignación en cada momento y/o circunstancias, y lo atribuimos a factores exógenos que nos hacer percibir y/o reaccionar de manera diferente.

No es así el coeficiente intelectual, que, en general, ni fluctúa, ni sube, ni baja ni cambia, y nos acompaña en su grado y nivel durante toda la reencarnación sin sufrir grandes -ni pequeñas- oscilaciones.

Echo pues a faltar el estudio de ese elemento que acompaña la tan de moda inteligencia emocional: su posibilidad de ser algo oscilante en función a las situaciones internas y externas que operen en nuestra psique.

Fer