Este lastimero estado presenta el teclado de una de las computadoras que utilizo habitualmente. Lo cierto es que no es muy vieja, pero como escibo mucho, tecleo muy deprisa, sin mirar y con los diez dedos, pues primero se borran las letras, y después de desgastan las teclas en unos a modo de pequeños cráteres, quedando como se pueden ver en la foto.
El detalle de colocar una foto de mi mujer, Alba, sobre el teclado cumple la función de actuar como fedataria de que eso es mi teclado y esa es mi casa. Por esa razón es frecuente que cometa errores de taquimecanografía. No es que me esté excusando por ello -me la trae al pairo y en su caso me habría disculpado hace muchos años-, sino que ahora ha venido al caso comentarlo en otra diócesis de las que visito, leo, y en las que escribo.
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