En agosto de 2004, Alba y yo hicimos una turné por el Sur de Baviera, el Tirol, Liechtenstein, Suiza y la Saboya francesa.
Tras conocer Oberammergau e Innsbruck, pueblos de beldad (de veldad de veldad) inmarcesible, acudimos a visitar del celebérrimo castillo de Neuschwanstein (La Peña del Nuevo Cisne, en español), el más pintoresco de la Germania toda, visitable aquí:
http://neuschwanstein-country.net/ludwig/pres-kini-sp/sld018-sp.htm
Tras conocer Oberammergau e Innsbruck, pueblos de beldad (de veldad de veldad) inmarcesible, acudimos a visitar del celebérrimo castillo de Neuschwanstein (La Peña del Nuevo Cisne, en español), el más pintoresco de la Germania toda, visitable aquí:
http://neuschwanstein-country.net/ludwig/pres-kini-sp/sld018-sp.htm
La ascensión hasta el monumento susodicho fue efectuada por medio de un carro tirado por dos caballos, para aportar, si cabe, mayor romanticismo a la excursión, e incluso optamos por sentarnos en el pescante, junto al führer (conductor en alemán) del vehículo.
El marco boscoso rodeado de montañas circundadas de lagos, el vetusto medio de locomoción, el castillo con su fascinadora historia acerca de un rey loco, Ludwig IIº de Baviera, y su decoración basada en episodios de la ópera wagneriana... todo se conjugaba para que mi amada esposa y yo viviéramos un intenso momento de romanticismo dificilmente superable. Y es llegados a este punto cuando el caballo (percherón de raza) de la izquierda, decidió que qué mejor momento que aquel para levantar la cola, ubicada a escaso medio metro nuestro, y proceder a enhebrar una retahíla de pedos a cual más estruendoso (llegando alguno de ellos a rozar lo sobrecogedor) que no se interrumpieron durante los veinte minutos que duró el ascenso.
Miento, se detuvieron, sí, el carromato todo se detuvo de hecho, para que el jaco procediera a exonerar de su vientre, ante nuestros morros, seis arrobas de humeantes zurruños, para, sin mayor dilación, continuar el ascenso a pedo limpio.
La cosa es que mis carcajadas, que tampoco se interrumpieron ni un segundo, eran de tal magnitud que impedían al cochero llevar su tarea debidamente, ponían nervisosos a los jamelgos, y alteraban los nervios de los demás parroquianos turistas que iban atrás en el coche.
Hubo un momento en que grité "¡Ay, muero, muero...!", como Pazos en "Airbag", pues la carreta se llegó a acercar peligrosamente al precipicio de la izquierda. Pero yo de lo que moría era de risa, y de la golór. Y no paraba de tratar de explicar a mi mujer que debía imaginarse que éramos novios, y que yo había elegido aquel momento para declararle mi amor, ofrecerle una sortija y proponerle matrimonio... acompañado por un instrumento de viento.
Así pues, aceptamos ano como instrumento de viento.