Es aterrador
ver que los atentados suicidas con muchos muertos en ciudades importantes y
occidentales (como el de hoy en Estambul, que está en Europa y es de las más
turísticas del mundo), parece que se esté empezando a convertir en algo
consuetudinario que ya no afecta a nadie más allá de la sorpresa y el horror de
los primeros momentos.
Es decir: como cuando se estrella un
avión con 150 o 200 muertos. Algo que sucede una vez al mes, que nos horroriza
un rato, pero que ya asumimos como habitual.