Suelo aparecer sonriente en todas mis fotos de la infancia, bueno, en casi todas. Lo cierto es que no sé qué había ocurrido el día en que fue tomada la instantánea de arriba; tal vez se había muerto un pariente, o quizá a algunos de mis primos y vecinos nos había invadido esa especie de aura inquietante que rodea a los niños en las películas de terror.
¿Alguien recuerda una película de miedo sin niños que den mal rollo? Fijaos en el mayor, mi primo Javierito, mirad la expresión de su cara, ¿guardará una colección de cadáveres en alguna parte?; ¿y qué me decís de mis vecinitos de la derecha del todo?, con esas dos caritas de Cottolengo del Padre Alegre o de la España profunda. ¿En qué centro cumplirá ahora condena Valentín, al que se le ve sólo media cara?
Empero, detrás de mí, mi prima Sara sujeta en brazos a su hermanita Chelo. Era realmente guapa mi primita Sara, aaay (profundo suspiro...). A la izquierda está Martín, un verdadero llorón, un quejica, no sé la de veces que le tuve que sacudir para que dejase de llorar, sin éxito. Por supuesto le dije que los reyes magos no existen, y que él era adoptado (él no era adoptado, pero se lo creyó MWAHAHAHA!!!).
Pero de esta foto, sinceramente, lo que me produce desasosiego cada vez que la miro, es la manera en que me miro yo desde ella. Qué cara de... no sé, como poseído, o algo...
En la puerta abierta de la izquierda, en ocasiones parece percibirse como una cara en la penumbra, pero no siempre.