En nuestra visita a Mónaco, Montecarlo, Villefranche-sur-Mer y la Rivera francesa; la primera visita fue a este último pueblo de mar, uno de los más bellos de la Costa Azul. Es curuiosa la equivalencia que suelo hallar al hablar de estos lugares entre Volendam en Holanda (al norte de Amsterdam y en el Mar Interior), Cadaqués en Cataluña, y Villefranche-sur-Mer en Francia. Sin estar hermanados se diría que son enclaves equivalentes por su condición de marítimos -y pesqueros en sus orígenes-, turísticos, y particularmente bonitos en el sentido de pintorescos. Debajo puede verse a Alba en tres imágenes del centro del lugar.
Ya en Mónaco nos encontramos con las tumbas respectivas de Grace Kelly y su marido Rainiero, que tanto juego dieron a la prensa rosa durante décadas. Una divertida anécdota por cómo están grabados sus nombres. En particular el de ella.
En la parte alta y entre los palacios y mansiones palaciegas de la aristocracia monegasca, puede verse este minisubmarino, que fue usado por el Comandante Cousteau en sus primeros tiempos, y que sirvió de inspiración a una de las más célebres canciones del más famoso conjunto musical inglés de todos los tiempos.
La parte de abajo del diminuto país, Montecarlo, impresiona por su casino, su Hotel de París, su Café de París (juntos los tres conformando una "U" ante la que pasan una vez al año los bólidos de Formula 1), y cómo no, una de las características clásicas de la zona y el país entero: sus coches. Sin elegirlo y al azar, Koke posó entre dos coches; un Aston Martin y un Bentley. Por las matrículas uno belga y el otro suizo. Los Porsche en Mónaco ya son raros de ver por rozar lo plebeyo en ese microestado macrorrico.
El celebérrimo casino en torno al cual gira gran parte de la vida en Montecarlo.
Y en fin, una de las maneras más idóneas de llegar a un lugar como este es, cómo no, un crucero de lujo de 140.000 toneladas. El Voyager of the Seas, el mayor del mundo cuando fue botado.